Cuando se menciona a Linus Torvalds, el primer pensamiento suele ser Linux, el kernel que sostiene buena parte de los servidores, móviles y sistemas embebidos del mundo. Pero si preguntáramos en un aula universitaria de informática, muchos estudiantes responderían que lo conocen por Git, el sistema de control de versiones más usado del planeta. Paradójico, pero cierto. El propio Torvalds lo admite con humor: “Hoy en día, soy más famoso por Git que por Linux”.
Con motivo del 20º aniversario de Git, el equipo de GitHub organizó una extensa entrevista con su creador. Lo que emergió no fue solo un repaso técnico, sino una reflexión honesta sobre cómo una herramienta creada “por necesidad” terminó por convertirse en uno de los pilares de la industria del software moderno.
Un proyecto accidental que cambió el desarrollo para siempre
Git no nació de una visión grandiosa, sino de un problema inmediato. En 2005, la comunidad del kernel perdió el acceso a BitKeeper, el sistema que usaban para gestionar el código. Las alternativas (CVS, Subversion) no ofrecían el rendimiento ni la flexibilidad necesarias para un proyecto como Linux. Así que Linus, con su estilo directo, hizo lo que mejor sabe: se encerró unos días y creó su propia solución.
En solo 10 días, Git ya era funcional. Permitía aplicar parches al kernel y seguir el desarrollo sin un servidor central. Esa necesidad de velocidad y autonomía fue el germen de su diseño distribuido, que luego se revelaría revolucionario. “Yo lo hice para mí, no pensaba en los demás”, confiesa.
Git como anti-CVS
Torvalds diseñó Git desde el desprecio. Sí, leíste bien. El desprecio hacia las limitaciones de CVS y otros SCMs centralizados fue el motor creativo detrás de muchas de sus decisiones técnicas. Git tenía que ser rápido, confiable y descentralizado. Y, sobre todo, no depender de nadie. Ni de licencias comerciales ni de servidores centrales.
Usar Git en sus inicios era difícil, admite. No tenía interfaz gráfica ni comandos intuitivos. Solo herramientas de bajo nivel (las llamadas plumbing commands) que requerían scripting y cierta “magia negra” para funcionar. Pero eso no importaba. Era para desarrolladores del kernel. Y funcionaba.
El punto de inflexión: de herramienta cruda a fenómeno cultural
El verdadero giro vino unos años después, cuando comunidades como la de Ruby on Rails adoptaron Git en masa. Ya no eran solo los “viejos hackers del kernel” quienes lo usaban. Llegaban nuevos desarrolladores, sin pasado en CVS o SVN, para quienes Git era la norma, no la excepción.
Ahí es donde Torvalds vio, con cierto asombro, cómo su herramienta se transformaba. “Fue raro. Yo lo necesitaba para mí. Pero cuando empezaron a aparecer repositorios por todos lados, me di cuenta de que Git se había convertido en algo mucho más grande.”
¿Un Linus desencantado?
A diferencia de Linux, con el que sigue involucrado a diario, Git dejó de interesarle apenas cumplió su función. En apenas cuatro meses, entregó el liderazgo del proyecto a Junio Hamano, quien aún hoy es su principal mantenedor. “Lo mío fue una solución puntual. No había ninguna motivación personal más allá de que lo necesitaba para seguir con el kernel”, afirma con total naturalidad.
Torvalds nunca quiso construir un imperio del versionado. Y, sin embargo, lo hizo.
Más allá del código: una herramienta que cambió la cultura
Git no solo resolvió un problema técnico. Cambió la forma en que colaboramos. Permitió a equipos distribuidos trabajar con independencia, a desarrolladores individuales lanzar proyectos sin permisos ni burocracia, y a empresas coordinar miles de contribuciones en paralelo.
También democratizó el desarrollo. Hoy, cualquiera puede clonar, contribuir, bifurcar. Sin servidores centrales, sin jerarquías rígidas. Git formalizó lo que el software libre venía diciendo desde hacía décadas: el control está en manos de quien tenga el código.
El legado que no se planificó
En la entrevista, Torvalds reflexiona sobre el impacto de Git con una mezcla de orgullo y desconcierto. Reconoce que el mérito real está en quienes lo mantuvieron y expandieron: “Yo trabajé cuatro meses en Git. Todo lo demás lo hicieron otros. Pero al menos tuve buen ojo para elegir a la persona adecuada”, dice, refiriéndose a Hamano.
Y aunque no descarta que en el futuro pueda crear otra herramienta, lo ve improbable: “Solo hago proyectos cuando el mundo falla en darme lo que necesito. Y en 20 años, el mundo no ha fallado”.
Una lección de ingeniería y humildad
La historia de Git es también una lección para toda una generación de tecnólogos: no todos los grandes productos nacen de una visión mesiánica. Algunos surgen del puro pragmatismo. A veces, resolver bien un problema concreto es más trascendente que planificar una revolución.
Y quizás por eso Git es lo que es hoy: un símbolo silencioso de cómo la tecnología más poderosa suele construirse no para deslumbrar, sino para durar.